CARLOS ALBERTO VALLE SÁNCHEZ
 
Un Canto a la Vida y al Amor
 
     
 
 
 
 
   
 
 
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LA DAGA

I

Sangre entre rocas y vestiduras disueltas.
Hongos y musgos aferrados como olvido y tristeza.

El llanto del eco escuchándose en las tinieblas.

Tú, entre todos, te vuelves la nada y el todo,
Salga de mí tu palabra para acallar el sosiego.
Lo que fuiste de mí y quedose en las grietas:
Cataratas de ojos, nubes rasgadas,
Insalubres gotas de sal y amoniaco,
Ácido corroído en la mejilla agotada,
Párpados húmedos que nunca callaron
Y una lágrima muerta que nunca se agota.

II

No fuiste tú sino la herida misma,
Catacumba de furia que ardía.
No fuiste tú sino el jalón de la llaga y la venda pegada a la carne
Que sangró para liberarse del grito,
Y el grito de muerte buscando su sitio en la boca.

III

¿Es el pecho o la herida la que mueve la sangre?,
Ráfagas que se clavan como el niño parido;
Gritos de desesperación donde no hay quien oiga el sonido;
Aullidos sin eco y sin tono;
Respiración que se colapsa entre el llanto y la rabia;
Atadura de aorta sin mueca y sin gesto.

Y el pecho dolido, y el pecho dolido
Que se encorva con la lágrima muerta.

Y el pecho dolido que no levanta la vista,
Y la vista en el pecho para buscar el cuchillo.

IV

Soy el errante de todos mis sueños,
A ellos insomnio infinito y distante.
Oh desbocada la noche que no cesa su fin.
Oh espacio del trueno que se cimbra y no habla.
La noche me acoge como al hijo dolido
Y me enseña a llorar esperando su día.

(Yo tuve el alma un día en la cresta del mundo
Y con ella bailé serpentinas y agaves.
Yo tuve el alma en el azul de la estrella,
En el infinito del tiempo y la profundidad del espacio.

Un día me dormí en tu vientre, en la sombra,
Y desperté sin vida a la vida,
Sin rostro en el alma,

Y me creí de los muertos su huésped hablando a la nada).
Salí a pedir la limosna arrastrando la mano
Y no vi más que sangre en la mía,
Y no vi más que fuego en la tuya.

Busqué mi apellido para llamarme y asirme,
Pero no había más que la daga y la sombra,
Y al lado tu vientre mirando mi muerte.

V

Quitadme el pecho y su centro.
Quitadme los huesos y las vértebras donde guardo la herida.
Arrojar de mi cuerpo sangre, vestidura y el surco.
Abrir las venas como globo explotando y salpicando las aguas.
Retirar la osamenta y la yugular sin suplicio.

Dejadme el cuchillo y sólo el cuchillo,
Y enterradme la punta cuando el dolor disminuya.
Dejadme el cuchillo con tu mano y la mía.

VI

Recoged los restos en la tierra esparcidos.
Levantad la daga de entre el polvo y la furia.
Id por las noches gritando cómo pudisteis encajarla.
Decidles la historia como si nadie supiera.
Abrid mi camisa para mostrarla en la carne
y enseñadles las venas que nunca curaron.

Mentidles a ellos sobre los cuerpos dolidos
y sobre los llantos nunca acabados.
Afilad el cuchillo como hacha en el tronco.
Afilad cual machete su punta encrispada
Y agitadla en los vientos para curtir su dureza.
Apuntad hacia el blanco con más puntería
Y venid hacia mí enfilada y certera:
Con tu mano envolviendo la mía,
Con tu ojos mirando los míos
Y mirando lo que nunca miraron,
Y clavadla de nuevo donde nunca se escape.

Dejadla por siempre, como historia de guerra y batalla,
Como pasado que nunca reclama.
Dejadla donde nunca supiste mirarme,
Donde tus manos nunca alcanzaron.
Y volved a la nada, donde nunca me amaste.
Y volved a la nada, donde nunca besaste.

VII

No es la muerte sino la vida la que rompe la vida.
De abajo, muy abajo,
Vi la muerte saciarse de sangre y de luto y engullirse al herido,
Y luego tallarse las manos como vulgar genocida.

Y de abajo, más abajo,
Vi correr muchedumbres para no ser alcanzados por ella,
Mientras la muerte construía la tumba.

Y de abajo, más abajo aún,
Vi el terror y el suplicio de los cuerpos dolidos
Y a la muerte sedienta durmiendo en la cripta.
Y de abajo, en el fondo, más abajo aún,
Vi a la muerte llorar sin sentido, inconsolable y quebrada,
Viéndome llorar como niño, como puede la muerte.

Y me vi sentado a su lado, abrazándola inconsolable,
Sin poder enterrarme en su pena.

VIII

¿Qué fue más irresistible de todo tormento:
Tus besos besando mi carne y mi fiebre
O los míos besando tu vientre?
¡Ah, vientos de ráfaga sobre los cuerpos
Ávidos de fuerza y gemido!
¡Ah, resollar de gargantas unidas y cálidas!
¡Ah, de tus manos amadas y claras!
Hoy no recobro memoria ni rastro.

La pérdida de tiempo se vuelve en mi contra
Y siento la daga como la muerte se siente a sí misma.
Todo se nubla bajo tu sombra.

Todo se esconde, demora y escapa.
No quedan espacios, ni luces, ni tiempos.
Todo infinito es perdido y olvido.

Mi mente no mira más tu memoria.
Mis labios no tocan más tu mirada.

IX

Sea tu recuerdo como la historia:
Pergamino ilegible y borroso;
La duda de los siglos pasados;
Centurias que nunca existieron ni tiempo;
El origen y expansión de los astros;
Leyenda y fábula etérea.

(A veces añoro tu mano posar en la mía.
A veces te pienso con tu vientre encendida.
No recuerdo el beso del brillo en tus ojos.
No recuerdo tu cuerpo erguido y bailando
Las flautas de viento y rocío.

No recuerdo el espíritu, ni tu mano,
Ningún rostro sobre la avenida,
O las cenizas que ardieron esfumándose en brasa,
Ni siquiera tu mano sobre mi costado.

Sólo la lanza. Sólo la daga…)
¡Oh, afortunado Caballero que lleváis vida de sueño,
Asidme la cuerda junto a mi camino!
¡Oh Caballero de estirpe,
Venid del molino que traigo en el pecho la lanza!
Subidme a tu sueño y cabalgad junto al mío.

Subidme pues, Caballero, subidme al rocín y llevadme contigo.
Subidme que traigo la lanza enclavada.
Empuñadla hacia el aire y apuntad al molino.
Agarradla con fuerza y llevadme a la cruenta batalla.
Enterradme y dejadme en el aspa moviendo,
Y dejadla por siempre,
Por siempre,

Para que nadie repita la historia
Y nadie vuelva a vivir su tragedia.
Y sólo dejadla, sólo dejadla,
Como tristeza y olvido.